sábado, 24 de marzo de 2012

La aventura andaluza de Robert Capa.

Viajero trotamundos, pasional en los amores, dicen que bebedor y fumador empedernido, pero decidido en aprovechar la vida sólo en el presente sin pensar en el futuro. Esta es la descripción de André Friedman, mundialmente conocido por su pseudónimo Robert Capa. Húngaro de nacimiento, decide hacerse fotógrafo, que era "lo más parecido al periodismo para alguien que no domina el idioma".

En 1933 abandona la capital alemana cuando Hitler alcanza el poder porque sus ideales estaban muy lejos de los del Führer y se refugia en Viena, donde conocerá al amor de su vida y compañera de pseudónimo, Gerda Taro, una joven decidida y valiente que le dará el empujón que le faltaba a Friedman y que convertirá al joven judío refugiado de talento escondido en una figura del reporterismo mundial, en la figura por antonomasia.

Niño nazareno de Las Cigarreras
En 1935 pisó por primera vez tierras españolas. En Sevilla tuvo su para inmortalizar sus fiestas de primavera: la Semana Santa y la Feria de Abril. El fotógrafo dijo en sus notas que la Semana Santa le pareció “la fiesta más sagrada y al mismo tiempo la más profana” de Europa, ya que se quedó la semana previa, la de Pasión y hasta el arranque de la Feria de Abril, por eso mezcló conceptos. Aquí obtendría algunas de sus imágenes más optimistas y luminosas, retratos de la sociedad todavía ajena a la guerra civil que sacudiría el país a los pocos meses. Captó la fe del pueblo llano y la espera bajo ese sol abrasador con la Giralda por testigo, lejos de la ostentación de los palcos y de los pasos. 

Cacharritos en la Feria de Sevilla
Gerda Taro
La feria de abril mostraría la cara fiestera y amable de todas sus obras que le dejaría marcado con la alegría, el colorido y la intensidad de vivir de los sevillanos. Se entregaría al entusiasmo de la feria como uno más, porque bien le gustaba una fiesta, llenando sus zapatos todos los días con albero del Real. Le acogerían como uno más, se quedaría embelesado con esa música, esos rasgueos de guitarra española acompañados con el ritmo marcado de un cajón de madera donde un hombre se sienta encima dándole golpes creando melodías que llegan al corazón. Él no entendería nada de lo que ese coro cantaba, pero lo único que sentía es que esas canciones le despertaban al André Friedman risueño y enamorado, como lo demostró al terminar conquistando a Gerda Taro reproduciéndole estas canciones que había aprendido en su estancia en la capital hispalense. 
Pero sería en Córdoba (concretamente en Cerro Muriano) cuando naciera el mito, al captar el instante en el que el soldado del bando republicano al que acompañaba Capa y Taro recibe un impacto de bala del bando nacional.

A partir de ese entonces, Capa fue aupado al olimpo del fotoperiodismo de guerra. Cámara en mano como extensión de su propio cuerpo, retrató en el bombardeo fascista a Málaga en el 37 la mirada desamparada de los exiliados que caminaban sin rumbo fijo, huyendo del horror de la guerra.

Entusiasmado con cualquiera que supiera embelesarlo, amigo del alma con un apretón de manos y hombre vital en las peores condiciones a que la guerra somete a un hombre, se jugaba el tipo cada día sólo para reflejar el interior de esa guerra que tanto odiaba. Hoy en día sigue siendo una inspiración en el ámbito fotoperiodístico, y hasta que una mina le despojara de su vida con sólo 41 años, vivió haciendo lo que siempre quiso, y disfrutando cada instante irrepetible de ella, sin importar el mañana.

"Si tus fotografías no son lo suficientemente buenas,
es que no estás lo suficientemente cerca"
- Robert Capa

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